miércoles, 6 de enero de 2016

Lucy in the sky with brownies

Iba a ser raro que Nati no estuviese, ojalá nadie le preguntase por ella, pensaba Santiago mientras preparaba brownies locos para su cumpleaños. Dejó la bandeja en el horno y fue a darse una ducha. Abrió el agua caliente y esperó hasta que el baño se llenase de vapor. Sabía que era poco ecológico, pero no le importó. Al entrar en la bañera sintió el agua tibia en los tobillos, metió los dedos en la rejilla del desagüe y sacó un largo mechón de pelos; se lavó minuciosamente con jabón exfoliante, y se quedó unos minutos debajo del agua caliente.


Mientras se secaba, un mensaje fantasmagórico escrito en la condensación del espejo hizo que se le aflojaran las piernas. Quiso creer que le había bajado la presión, pero no. 'Santi te amo'. Era lo único que le quedaba de su ahora ex en la casa, y se preguntó cuánto tiempo más podría durar hasta desvanecerse.  


Santiago todavía se acostaba del lado derecho de la cama y se quedaba despierto pensando en que cosas hubiese podido decir o hacer, en que momento exacto había empezado a perderla, como si esto pudiera cambiar algo. Todas las noches una hora antes de irse a dormir, tomaba una pastilla de melatonina, 30 gotas de valeriana y un té 'Dulces sueños'. Así y todo dormía entrecortado y liviano la mayor parte de la noche. La angustia lo invadía al primer instante de conciencia y ya no podía volver a conciliar el sueño.


El mensaje en el espejo había logrado perturbarlo, los recuerdos brotaban como burbujas, y no iba a ser fácil disiparlos. Esa noche repitió la fórmula del sueño pero por duplicado: dos pastillas, 60 gotas, dos saquitos y, para asegurar, 2 pitadas de unas florcitas índicas que le habían regalado. Prendió el televisor y después de dar una vuelta por todos los canales volvió a los Simpsons, lo estaban dando en HD y los colores le parecieron más brillantes que nunca.


Un rato más tarde sintió los ojos pesados y arenosos. Que suerte, pensó, en ese momento poder dormir le parecía un enorme privilegio. Apagó el televisor, dio unas vueltas en la cama y, por primera vez, entendió el tema de Coldplay que decía ‘when you feel so tired but you can't sleep’. Abrazó una almohada y se quedó tarareándolo hasta quedarse dormido.


Bgrrr Bgrrr. Hija de puta, dijo Santiago entredormido. Después de unas semanas de ausencia, la paloma había vuelto y estaba arrullando en la cornisa de su ventana otra vez. Había probado espantarla con muñequitos de Star Wars, globos de colores, molinetes de viento, y hasta un globo amarillo con ojos de halcón que había comprado en una casa especializada en plagas; pero nada funcionaba, siempre volvía.


Decidió hablarle mentalmente. Le explicó acerca de las bondades de irse de forma pacífica, pero Lucy no captó sus pensamientos. Le había puesto el sobrenombre de su tía. Compartían la misma silueta en forma de pera y el mismo andar; por cada paso que daba, Lucy balanceaba la cabeza hacia delante y hacia atrás como si tuviese una ruedita y alambres internos que sincronizaba con los pies.


Pensó en agarrar la pistola de gas comprimido que tenía en el cajón de las medias, pero le pareció algo extremo, aunque recordó las innumerables veces que tuvo que desarmar el nido en el motor del aire acondicionado, tirar los huevos y limpiar el balcón. Sabía que con levantar la persiana y ahuyentarla se iría, pero también sabía que solo le daría unos minutos de ventaja. Así y todo hizo el intento. Odiaba tener razón para las cosas malas. Lucy volvió arrullando más fuerte y sin descanso, pero a Santiago no le importó, esta vez tenía algo que no podía fallar.


Salió al balcón del tercer piso con su silla de camping, el ipod, el mate y una porción de brownies locos. Todavía era de noche, aunque el canillita ya había abierto el puesto de diarios y el portero manguereaba la vereda mientras escuchaba la radio por un auricular. Tiró algunas migas por la cornisa y se sentó a esperar. A los pocos minutos llegó Lucy. Miraba las migas de brownie ladeando su cabeza hacia un lado y hacia el otro, hasta que finalmente se animó a picotear. Una sonrisa oscura y maliciosa se dibujó en la cara de Santiago. Llegaron más palomas desde el cable de luz, Santiago esparció más brownie por la cornisa y tiró el resto a la calle.


Al rato, el día comenzó a aclarar y pudo ver cómo una paloma que planeaba hacia el cable de luz falló al intentar hacer su aterrizaje, pegó unos cuantos aletazos y retomó el vuelo. De a poco todas fueron teniendo un vuelo errático e impredecible, hasta que se escuchó el golpe de una que no llegó a despegar cuando venía un auto. En la vereda de enfrente, una señora gritaba y corría con una bolsa de pan en un brazo, y ahuyentaba a las palomas que la atacaban con el otro.


Los vecinos se refugiaban en el interior de comercios y edificios mientras miraban asombrados cómo las palomas impactaban los vidrios, dejaban la estampa de sus cabezas y sus alas desplegadas en pleno vuelo, mientras que otras estallaban los parabrisas de autos y colectivos. El tránsito se detuvo, y comenzaron los bocinazos.


Santiago se sentó en la silla. Se puso los auriculares, cebó un mate y se quedó contemplativo unos minutos disfrutando de su venganza mientras escuchaba los Beatles. Con suerte ya no volvería a ver más a Lucy. De a poco la calle volvió a la normalidad y el sueño lo invadió, miró la hora, todavía tenía tiempo de dormir un rato más.


Se desvistió y se metió en la cama. El recuerdo del mensaje escrito en el espejo volvió a atormentarlo. ¿Y si era un señal?, ¿y si Nati estaba esperando que él la fuese a buscar?, quizá todavía estuviese a tiempo de decirle todo lo que sentía por ella, lo mucho que disfrutaba de cosas ínfimas como mirar una serie juntos y de cuánto valoraba todo lo que había hecho por él. Se dijo a sí mismo que a la tarde le iba a mandar un mensaje para tomar un café, al menos quería intentarlo.


Escuchó ruidos que venían de la cocina, podía ser ella, todavía tenía las llaves. Pero era demasiado bullicioso para ser una persona. Se levantó y agarró la pistola de gas comprimido del cajón. Cuando se fue acercando pudo distinguir mejor el sonido. Entró en la cocina. Estaban por todos lados. En la mesada comiendo más brownie, dentro de la panera, arriba de la mesa. Se picoteaban entre ellas y aleteaban, comiendo y cagando como si fuese una plaza. Santiago no pudo más, cerró la puerta para que no se escapen y empezó a disparar. Las plumas saltaban por el aire, la sangre salpicaba los azulejos, menos mal que hoy viene la mujer que limpia. Las palomas fueron cayendo hasta que solo quedó una. Esa mancha en el pecho era inconfundible. Le apuntó justo ahí. Contuvo la respiración, las miradas se cruzaron y empezó a ejercer presión sobre el gatillo. Lucy lo miró de reojo, pestañeó y moviendo el pico empezó a emitir un sonido cada vez más fuerte: BIP, BIP, BIP, BIP.

Santiago se despertó sobresaltado y apagó el despertador, suspiró aliviado. Fue a la cocina, pero no había más que una pila de platos sucios y la ventana abierta golpeándose contra el marco. Se vistió, desayunó y apenas salió a la calle pudo ver el tendal de palomas por todos lados. Sus vecinas barrían y charlaban acerca de lo que había pasado. En un acto reflejo alzó la vista hacia su departamento. Lucy aterrizaba en su balcón con un ramita en el pico y la acomodaba en el motor de su aire acondicionado. Santiago sacudió la cabeza y sonrió. Al menos ella no lo iba a abandonar.

Onaikul