Les voy a contar una historia de cuando éramos chicos que me acorde hace poco.
En nuestras casas, los recursos eran bastante limitados, no faltaba nada, pero tampoco sobraba nada, lo teníamos todo, pero había ciertas cosas que simplemente eran lujos. Si queríamos algo, teníamos que usar todo nuestro ingenio desde no comprar la golosina en el recreo, hasta ofrecernos a hacer los mandados para quedarnos con el vuelto y ser lo suficientemente evasivos como para que no nos lo pidan. Era común inclusive hacer cálculos de cuánto tiempo tenía que pasar para que juntásemos el dinero para comprarnos, un skate, una bici, una pelota, o una guitarra; y con esa motivación nos íbamos a dormir, así de pobres, así de ricos éramos.
Nosotros teníamos once o doce años más o menos y una salida increíble era juntarnos con amigos para ir a los fichines de Lavalle, que por fin podíamos tener fichines en Buenos Aires y no tener que esperar al verano para ir a jugar a Mar del Plata, esperamos tanto tiempo que saliera la Ley que permitía que haya casas de videojuegos en la Capital, que era como tener un Disney en Buenos Aires. Después era fija ir al Pumper o al McDonalds de la calle Florida frente a Galerías Jardín, que era paseo obligado para ir a jugar con las escaleras mecánicas, e ir a ver los peces de las fuentes del subsuelo, hasta que nos corría el guardia.
En mi casa éramos familia de comerciantes, mi papá tenia un 'Compro Oro' y todos los días era escuchar en la cena, historias de negocios, de regateo, de compra, de venta; negocios y más negocios. En casa se respiraba comercio, todo era a cambio de algo entre mis hermanos, todo favor se cobraba, todo se negociaba, todo era una transacción comercial y más o menos así era en la casa de todos nuestros amigos.
En esa época era habitual que en los laburos pagaran una parte en Ticket Restaurant, o Luncheon Tickets, que eran un poco mas berreta pero igual servían. Y cuando alguno de nosotros tenía tickets que nos daba nuestro viejo o un hermano más grande que había empezado a trabajar, nos poníamos contentos porque era más o menos lo mismo que tener plata. Entonces pagábamos la comida de todos con los tickets y el resto nos daba su parte en efectivo. Así de simple, así de justo, así de claro.
Un día por primera vez uno de estos amigos tenía tickets, y estaba que se salía de la vaina de la felicidad, y tal como hacíamos siempre, pedimos; pero ese día pedimos todo lo que alcanzaba con los tickets, que era un banquete para nosotros, hasta pedimos postre y todo. Una vez que se pagó, cada uno iba contando el dinero que le correspondía para darle al dueño de los tickets, pero ese día el dueño de los tickets nos dijo - ‘No, dejen, yo los invito’ –. Ese día entendí por primera vez lo que era la Generosidad, de la manera más pura y genuina posible, la alegría de dar, sin esperar nada a cambio; y ese hecho insignificante para aquel chico de 12 años, me cambio para siempre.
Hoy, 23 años más tarde, ese chico todavía sigue siendo mi amigo y paradójicamente se asombra de las cosas que hago por mis amigos, sin darse cuenta de que ese árbol que en ciertos momentos felizmente ofrece su sombra sin esperar nada a cambio lo sembró el mismo.
Nosotros teníamos once o doce años más o menos y una salida increíble era juntarnos con amigos para ir a los fichines de Lavalle, que por fin podíamos tener fichines en Buenos Aires y no tener que esperar al verano para ir a jugar a Mar del Plata, esperamos tanto tiempo que saliera la Ley que permitía que haya casas de videojuegos en la Capital, que era como tener un Disney en Buenos Aires. Después era fija ir al Pumper o al McDonalds de la calle Florida frente a Galerías Jardín, que era paseo obligado para ir a jugar con las escaleras mecánicas, e ir a ver los peces de las fuentes del subsuelo, hasta que nos corría el guardia.
En mi casa éramos familia de comerciantes, mi papá tenia un 'Compro Oro' y todos los días era escuchar en la cena, historias de negocios, de regateo, de compra, de venta; negocios y más negocios. En casa se respiraba comercio, todo era a cambio de algo entre mis hermanos, todo favor se cobraba, todo se negociaba, todo era una transacción comercial y más o menos así era en la casa de todos nuestros amigos.
En esa época era habitual que en los laburos pagaran una parte en Ticket Restaurant, o Luncheon Tickets, que eran un poco mas berreta pero igual servían. Y cuando alguno de nosotros tenía tickets que nos daba nuestro viejo o un hermano más grande que había empezado a trabajar, nos poníamos contentos porque era más o menos lo mismo que tener plata. Entonces pagábamos la comida de todos con los tickets y el resto nos daba su parte en efectivo. Así de simple, así de justo, así de claro.
Un día por primera vez uno de estos amigos tenía tickets, y estaba que se salía de la vaina de la felicidad, y tal como hacíamos siempre, pedimos; pero ese día pedimos todo lo que alcanzaba con los tickets, que era un banquete para nosotros, hasta pedimos postre y todo. Una vez que se pagó, cada uno iba contando el dinero que le correspondía para darle al dueño de los tickets, pero ese día el dueño de los tickets nos dijo - ‘No, dejen, yo los invito’ –. Ese día entendí por primera vez lo que era la Generosidad, de la manera más pura y genuina posible, la alegría de dar, sin esperar nada a cambio; y ese hecho insignificante para aquel chico de 12 años, me cambio para siempre.
Hoy, 23 años más tarde, ese chico todavía sigue siendo mi amigo y paradójicamente se asombra de las cosas que hago por mis amigos, sin darse cuenta de que ese árbol que en ciertos momentos felizmente ofrece su sombra sin esperar nada a cambio lo sembró el mismo.
Onaikul