Nos mudamos a una casa más linda y llena de historias. Pasá a conocerla.
Onaikul
sábado, 17 de noviembre de 2018
sábado, 3 de febrero de 2018
0N1R1C0
Como esta vez me extendí un poco mas de lo habitual, se los dejo también en formato Ebook y PDF por si alguno quiere imprimirlo o enviarlo al Kindle o E-Reader: Versión PDF, Versión EPub, Versión Kindle.
ØØ1
Sonó Start Me Up en el celular a las
7:30 y Ricardo no podía creer cómo todavía tenía puesto el tema de los Stone para despertarse. Después
de dos semanas odiaba esa canción. La resaca que tenía de la fiesta de fin de
año de la empresa hacía que la cabeza le pulsara como un mecanismo de relojería
a punto de estallar, 'esto de pendejo no me pasaba, me estoy poniendo viejo a
los treinta'. Decidió tomarse unos minutos y hacer algo que siempre lo ayudaba
a escapar del dolor y conseguir un poco de gratificación para empezar el día.
Agarró un pañuelo de la mesita de luz. En su mente era más o menos siempre la
misma secuencia, el mismo ritual, un desfile de los mejores momentos de sus
encuentros sexuales, aunque la mayoría imaginarios y distorsionados. Sobre el
final siempre aparecía Constanza, la secretaría de la oficina, exuberante,
provocadora, buena onda con todos menos con él. 'Acá sos mía, puedo hacer lo
que quiera con vos', pensaba mientras recorría cada una de las escenas con ella
hasta derramarle, con un gemido ahogado, su simiente sobre los pechos.
En el subte, camino al trabajo, un
sonido de campanas salió de su celular con un recordatorio que decía 'Reality
Check'. Se tocó varias veces con el dedo índice de la mano derecha la palma de
la mano izquierda como si intentara perforarla, hasta que notó que la chica sentada
a su derecha lo miraba. En la estación siguiente el asiento de al lado se
desocupó y la chica se corrió. Estaba acostumbrado a este tipo de desprecios y
sabía que su comportamiento extraño había llamado la atención, pero tenía bien
en claro que si hubiese sido un hombre esbelto de saco y camisa, con olor a
futuro promisorio, seguramente no se hubiese cambiado de lugar. Si bien era
algo que tenía bastante asimilado no por eso dejaba de serle doloroso. De chico
había encontrado refugio en las computadoras, era un mundo perfecto para él.
Jugaba a ser Dios. Desde algo tan burdo como un mouse y un teclado dirigía
ejércitos de electrones para que hicieran lo que él quisiese. En ese mundo la
belleza no valía nada, en ese mundo la moneda de cambio era el intelecto y de a
poco fue aprendiendo a construir sus propios reinos.
Cuando llegó a la consultora saludó a
la administrativa y después a Constanza. La notó más distante de lo habitual.
Tenía puesta una musculosa blanca, escotada y ceñida al cuerpo. Ricardo sabía
que incluiría esa imagen en sus prácticas matutinas, se sirvió café y se fue a
su escritorio. Escuchó risitas de la recepción y prendió el sniffer, un
programa que había desarrollado para ver el tráfico de la red y leer los chats
de sus compañeros.
—No te puedo creer que el talibán te
haya querido besar, boluda —le decía la administrativa a Constanza. Ricardo lo
había olvidado: la había acompañado hasta el auto al final de la fiesta y había
intentado besarla. Su único acto de valentía en el mundo real con las mujeres
había sido etílicamente borrado de sus recuerdos y la tecnología se lo devolvía
como un karma del que no podía escapar. Sólo lo consolaba pensar que dentro de
pocos días se iba de vacaciones, que estaría en la playa lejos por un tiempo y
que cuando volviese las cosas ya se habrían diluido. Sonó el alerta de las
campanas en su celular con el mensaje de 'Reality Check', miró para los
costados y discretamente se apretó varias veces la palma de una mano con el
índice de la otra. “Ya va a pasar cuando tenga la máscara terminada”, se dijo a
sí mismo y siguió programando.
Todos los días, después de la
oficina, Ricardo caminaba hasta su casa escuchando música mientras analizaba
los pasos a seguir. A veces se ponía a pensar quién le hubiese gustado ser si
hubiese podido elegir, y si bien su vida no era nada fuera de lo común, más
bien todo lo contrario, tenía bien claro que no la cambiaría por la vida de
nadie. Llegar a esa conclusión lo reconfortaba. Sin embargo había alguien por
quien sí hubiese cambiado su vida, y aunque ahora ya era un anciano se
preguntaba si así y todo cambiaría su juventud por unos pocos años de ser él,
de ser Mick Jagger. ¿Cómo se sentiría ser un Rolling Stone, desde joven haber
sido un ídolo de todas las generaciones, haber llenado estadios, ser un número
uno, haber vivido mil vidas en una, seguir vivo y en actividad, ser un rockstar
con todas las letras? ‘Se habrá cansado de garchar’, pensó. Cuando llegaba a su
casa se internaba hasta la madrugada en su taller, trabajando en la máscara de
los sueños. Esa noche era especial, había estado analizando los datos que había
recopilado la máscara durante un mes mientras él dormía, y había ajustado el
algoritmo para que emitiera los flashes de luz y el sonido de las campanas en
el momento justo en el que estaba soñando. Conectó el cable usb a la computadora
y le cargó el último programa que acaba de escribir. Se puso la máscara, ajustó
las bandas con velcro por los laterales de la cabeza y después de unos segundos
empezó a mover los ojos simulando estar soñando en fase REM. Los sensores
infrarrojos situados a la altura de los ojos detectaron las pequeñas
variaciones de distancia hasta sus globos oculares, y unas luces rojas dentro
de la máscara empezaron a parpadear acompañadas del mismo sonido del alerta de
'Reality Check' de su celular. Ricardo festejó alzando los brazos en su taller
a media noche, solo, en plena oscuridad, con una máscara de la que salían
destellos de luz roja y campanadas.
Esa noche se levantó a las cinco de
la madrugada, el momento en que las fases del ciclo REM y los sueños son más
prolongados. Tenía media hora para activar el hemisferio cerebral izquierdo,
incubar un sueño y volver a dormirse. Activar esa parte del cerebro
correspondiente a la lógica y a la razón le permitirían identificar con mayor
facilidad que estaba soñando.
Sentado en la penumbra de la cocina,
iluminado por el reflejo del monitor, miró las fotos de Constanza de las redes
sociales. Sus vacaciones en la playa, los fines de semana en la quinta, sus
cumpleaños, las selfies en el ascensor, en su habitación y las salidas con
amigas. Con estas imágenes en mente volvió a la cama, se puso la máscara de los
sueños y mientras se dormía fantaseó una vez más con la idea de estar con ella.
Tirado sobre una lona en la arena de
una playa contemplaba el atardecer, no había nadie más y se había empezado a
nublar. Agarró sus cosas, las guardó en la mochila y empezó a caminar por la
orilla del mar. Se escucharon unos truenos, había empezado a relampaguear.
Ricardo se paró a mirar, los relámpagos eran de color rojo, le pareció raro;
pero a pesar de que no era un especialista en meteorología, más le llamaba la
atención que aparecieran a un ritmo intermitente predecible: uno, dos, tres,
nada, uno, dos, tres, nada. Después de algunas iteraciones se detuvieron y se
oyó el sonido omnipresente de unas campanas. Su primera reacción fue buscar el
celular, pero sabía que no lo traía encima. En ese momento entendió qué estaba
pasando y sólo para asegurarse decidió hacer el 'Reality Check': se llevó el
dedo índice de su mano derecha hacia la palma de su mano izquierda y al
presionar la atravesó como si fuese un fantasma. Un onda expansiva se extendió
a su alrededor y los colores se hicieron más nítidos y brillantes. Lo había
conseguido, había alcanzado la lucidez onírica, sabía que estaba soñando. Saltó
de la alegría y su descenso fue lento y pausado, como si no hubiese gravedad,
como si estuviese en la luna. Tomó envión y se abalanzó hacia adelante con los
brazos extendidos, los movió como un nadador de estilo pecho y empezó a
desplazarse por el aire hacia el mar: estaba volando. Probó volar al estilo
Superman con los puños al frente. También con los brazos desplegados como un
avión y batiendo los brazos como un ave. Esta última posición fue la que más le
gustó. El gozo fue total, estaba completamente consciente dentro de su sueño en
un mundo tan real como su vida cotidiana.
Desde el aire vio un cardumen de
peces de colores y bajó hasta la superficie del mar para verlos mejor. De a
poco se fue sumergiendo, podía respirar debajo del agua y la visión era
perfecta. Comenzó a bucear entre los peces, con los brazos a los costados,
ondulando su cuerpo para desplazarse. La física debajo del agua era levemente
distinta y podía moverse con velocidad. Arriba, en la superficie, vio unos
destellos rojos seguidos nuevamente por el sonido envolvente de las campanas.
Era la máscara descargando flashes de luz para que no se durmiera, él mismo lo
había programado así. Decidió salir. Todavía tenía algo que hacer.
Vio su mochila en la arena a la
distancia, pero decidió dejarla, '¿qué sentido tiene seguir cargándola en un
mundo ilusorio?', se preguntó, y para hacer la prueba volvió a acercarse a la
orilla. Al hacer contacto con el agua extendió sus brazos a los costados,
respiró hondo, cerró los ojos por un instante y dio el siguiente paso con
determinación, se tambaleó, recuperó el equilibrio con los brazos, sonrió y
continuó, dio otro paso, otro más y continuó caminando sobre la superficie del
mar. A los poco metros, dio la vuelta bajó los brazos y volvió corriendo hacia
la costa. 'Es fácil cuando sabés que todo es un sueño', se dijo a sí mismo.
Caminó por la playa, mirando para
todos lados. No veía a nadie. La recorrió de punta a punta, pero no pudo
encontrar ninguna señal de ella. Se detuvo, quedó pensativo unos instantes,
cerró los ojos y así permaneció por unos segundos. Cuando los abrió se dio
vuelta y ahora había una puerta parada en la arena. La reconoció al instante:
tenía el clavo en el triángulo que formaba la letra A en su parte superior, del
adorno que había colgado la última Navidad. La abrió y del otro lado estaba el
comedor de su departamento. Entró sigilosamente, era una réplica exacta de su
comedor: la manera en la que entraba el sol por la ventana, los bocinazos de la
calle, la textura de la mesa, los colores de los sillones, el olor a
lustramuebles. A pesar de saber que se encontraba consciente dentro de un
sueño, no podía encontrar diferencias con el mundo real. Escuchó conversaciones
que venían de su cuarto y vio por el pasillo el resplandor de un televisor
encendido. Se acercó hasta el umbral de la puerta y la vio a Constanza, tirada
en su cama, en ropa interior y musculosa blanca, con el control remoto en la
mano. Al verlo se incorporó de un salto. Quedó de rodillas sobre el borde.
—Hola, Richie, qué bueno que
llegaste, me estaba aburriendo —le dijo mientras apagaba la tele y tiraba el
control remoto al piso.
La
excitación hizo que se le acelerara el corazón. El sueño se empezó a desmoronar
en un torbellino grisáceo y borroso que lo devolvió al estado de vigilia.
Ø1Ø
Ricardo se despertó lleno de energía.
Fue al baño, se lavó la cara y quedó mirándose frente al espejo tratando de
asimilar lo que había pasado, se sonrío y se buscó en su mirada cristalizada.
Respiró profundo varias veces, se acarició la barba, abrió la puerta del
botiquín y sacó una afeitadora eléctrica a la que le cambió la graduación de
cinco a uno. Se miró por última vez frente al espejo y de una pasada se afeitó
todo el lateral de la barba que lo acompañaba hacía más de diez años. Cuando
terminó, abrió los espejos laterales del botiquín y se sorprendió al ver el
rostro de un desconocido varios años más joven. Rio con el pulso todavía
acelerado y se fue a vestir. Eligió una camisa azul, jeans y zapatos negros.
Desde su celular puso música en el equipo de audio del comedor y empezó a
cantar: 'Time is on my side, yes it is'.
Mientras
comía una tostada en el desayunador de la cocina, con la mirada perdida en un
punto fijo en la pared, no pudo dejar de pensar en Neil Amstrong y en cómo
habría sido su vida después de aquel famoso primer paso. Se lo imaginaba en
conferencias, en reuniones familiares, tratando de explicar lo inexplicable:
cómo había sido pisar un mundo nuevo. ‘Otro que también se habrá cansado de
garchar’, pensó, ‘hay pasos de los que ya no hay vuelta atrás’. Quizá la nueva
exploración ya no era la del espacio, sino la de otras realidades, otras
dimensiones o estados de consciencia. ¡Clin!, sonó la campana de la pava
eléctrica. Terminó de desayunar, se puso las gafas de sol y los auriculares y
salió hacia al trabajo.
Al llegar a la oficina bajó del
ascensor todavía con las gafas y los auriculares puestos. La administrativa lo
miró y entre risas le dijo:
—¿Y a vos que te pasa, nene?, qué
luquete, te queda linda la barbita de tres días, ¿No, Tanzi?
Constanza alzó la mirada del monitor,
levantó una ceja, frunció el labio, y siguió tipeando.
—Gracias, Marian —le respondió
Ricardo—. ¿Vos cómo andas?, ¿qué le pasa a la pendeja? —le dijo en tono más
bajo.
—Te escuché —dijo Constanza y siguió
tipeando.
—Yo bien, gracias —respondió la
administrativa—. Ésta más o menos. Se engancha con cada pelotudo… Y después
anda así, ¿viste?, de capa caída, mira que yo le hablo ¿eh?, pero no me escucha
—y sonrió, negando con la cabeza.
—Ahí te dejé en tu escritorio el
recibo de sueldo para que me firmes, ¿me lo traés después?
—Sí, dale, más tarde te lo alcanzo.
Antes de salir miró a Constanza, que
tecleaba furiosa frente a su pantalla.
A la tarde firmó el recibo de sueldo
y miró la hora: 15:45. Prefirió esperar unos minutos antes de llevarlo. Apenas
pasadas las 16:00 entró en la secretaría y le preguntó a Constanza por Mariana,
le dijo que venía a traerle el recibo. Constanza le dijo que se había ido a las
cuatro pero que se lo dejara a ella que se lo daba mañana.
—Che, me quería disculpar por lo del
otro día en la fiesta —le dijo Ricardo.
—No te preocupes, Richard, estábamos
los dos muy borrachos —le dijo ella—. No pasa nada, quedate tranquilo. ¿Así que
te vas de vacaciones?, ¿a dónde te vas?
—Me voy a la playa, unos días a
México.
—Ay, qué lindo, muero de ganas por ir
a la playa. ¿Me traés un tequila?
—¿Por qué no te venís y lo tomamos
allá?, playita, mar, tequilas…
Constanza sonrió.
—¿Qué onda vos, Richard? ¿Te venís a
disculpar por lo del otro día y ya me estás encarando otra vez?
—Bueno, está bien, te traigo el
tequila pero lo tomamos juntos ¿te parece?
—No sé, podría ser, vos traelo y
después vemos.
—Suena a que me vas a cagar —le dijo
y los dos se rieron. Se quedaron conversando un rato más de viajes, de tragos y
de bares.
Esa noche Ricardo soñó que estaba en
una ciudad que desconocía, perdido y sin celular. No recordaba el nombre del
hotel donde se hospedaba ni cómo llegar a él. Conforme la oscuridad de la noche
avanzaba, las caras en la calle se volvían más amenazantes. No podía entender
cómo alguien acostumbrado a tener todo bajo control había llegado a esa
situación. Buscó en sus bolsillos algo que pudiera darle alguna pista pero no
encontró nada, tampoco dinero que pudiera sacarlo de ese lugar en un taxi. Un
par de hombres se acercaron por la calle y empezaron a hablarle en un idioma
que desconocía. Al ver que no respondía comenzaron a ponerse cada vez más
nerviosos. Él les quiso hablar pero las palabras no le salían, ni siquiera en
su propio idioma. Uno de los hombres, de rostro adusto y con una cicatriz que
le atravesaba el pómulo izquierdo, se acercó y le habló a centímetros de su
cara. Podía sentir el aliento a alcohol y las partículas de saliva pegándole en
la frente. Por la esquina pasó un patrullero y se detuvo. Con una oscilación
apenas visible, mirándolo a los ojos, el reo le hizo que "No" con la
cabeza y él se quedó observando la luz roja intermitente de la sirena del auto
de policía. Las campanas de la iglesia sonaron. Ricardo sonrió y, con un
movimiento lento, llevó su dedo índice hacia la palma de la otra mano hasta
perforarla. Miró al reo a los ojos:
—¿Qué querés de mí, por qué estás
acá?
—Yo no quiero nada de vos —le
contestó el reo en su mismo idioma—. Una parte de vos me creó y me trajo hasta
acá, todo esto que ves lo estás creando vos mismo mientras dormís, tu
subconsciente, la parte sumergida del iceberg, la parte sobre la que vos no
tenés control pero que alimentás todo el tiempo con tus deseos, fantasías y
temores.
—¿Nada de esto es real?
—Mientras tu conciencia esté acá esta
es tu realidad, ¿acaso yo no te parezco real, la iglesia no te parece real,
Constanza en tu cama no te pareció real?
Ricardo se asombró de que tuviese esa
información, pero al pensar que estaba hablando con una manifestación de su
subconsciente ya no le causó demasiada sorpresa.
—Sí, pero me refiero a que me di
cuenta de que era un sueño y sé que en cualquier momento me voy a despertar en
mi cama, en mi verdadera realidad.
El reo lo miró como si supiese que
iba a decir eso.
—La única diferencia entre ésta y la
que vos llamás “tu realidad”, es que en esta lograste hacerte consciente de que
estás en un sueño.
—¿Vos decís que mi realidad también
es un sueño?
—Lo decís vos, no yo.
—Supongamos que te sigo el juego por
un momento y pienso que mi realidad es un sueño, ¿entonces quién me está
soñando?
—No lo sé, decime vos, ¿qué pensás?
—contestó el reo.
—Qué vago que sos, subconsciente, no
sé para qué te creé. Dejame pensar… Si en este sueño yo mismo soy el creador,
el que crea la que llamo “mi vida real”, tendría que ser como un ‘super yo',
una ‘super mente’, 'el creador' —Ricardo se iluminó en una sonrisa y preguntó—:
¿vos decís que lo que yo llamo “la realidad” es una creación sostenida en la
mente de El Creador, que somos algo así como el sueño de Dios?
—Lo estás diciendo vos otra vez, no
yo, aunque en definitiva seamos lo mismo.
—¿Y el resto de las personas que
viven en mi mundo, compartimos todos el mismo sueño?
—Sí, comparten todas un mismo
escenario, pero son infinitos en la mente de El Creador. Como si en cada uno se
desarrollase una obra distinta, con otros actores, escenografías, vestuarios,
música e iluminación. Cada mundo, cada sueño, tiene sus propias características
para que puedan interpretar a sus personajes.
—¿Y en mi mundo, cómo hago para
despertar, cuáles son las señales, las luces rojas y las campanadas?
—Eso todavía no lo sabemos, ni vos ni
yo, que soy tu subconsciente, pero estoy seguro de que el solo hecho de
preguntarlo arroja una vibración que va a hacer que nos crucemos con la
respuesta en algún momento.
—¿Y vos y yo? ¿Nos vamos a volver a
encontrar? —le preguntó Ricardo.
—Nos vamos a volver a encontrar. No
nos presentamos formalmente, me parece: mi nombre es Daniel —dijo el reo, que
para ese entonces de reo ya no tenía nada: su cicatriz se había desvanecido y
su semblante era armonioso.
Se dieron un abrazo, Ricardo cerró
los ojos y cuando los abrió nuevamente estaba en su cama.
Ø11
Funcionaba, por segundo día
consecutivo había alcanzado la lucidez onírica. Aunque no había logrado lo que quería.
'Es sólo cuestión de tiempo, tengo que mejorar la incubación del sueño', pensó.
Noche tras noche, antes de ir a dormir, miraba las fotos y videos de Constanza
en las redes sociales. También incrementó las alarmas de los reality checks,
pero no pudo volver a soñar con ella, ni alcanzar la lucidez. Después de varios
días empezó a desmotivarse y dejó de hacer la prueba de llevarse el dedo a la
palma de la mano cuando sonaba la alarma, hasta que un día las apagó, no podía
seguir con eso, sentía que estaba enloqueciendo. Las vacaciones le iban a hacer
bien, pensó y así fue. Los primeros días le costó desconectarse y seguía a
Constanza por las redes sociales, pero después de unos días su mente ya estaba
en modo vacaciones y durmió, comió, leyó y escuchó música tanto como pudo.
Volvió a escuchar los clásicos de los Stones: Tatuado y Sticky Fingers, era la
época que más le gustaba. En el hotel, con la toalla atada a la cintura después
de bañarse, imitaba los pasos y gestos de Jagger en el escenario. No podía dejar
de pensar en cómo habría sido la vida de su ídolo: componer junto a Richards,
las giras, subir al escenario frente a una multitud.
Una noche, sin motivo aparente,
volvió a soñar con ella.
Empezó justo donde había quedado la
vez anterior, Constanza arrodillada en su cama en ropa interior y con su
musculosa blanca.
—Hola Richie, ¿a dónde te fuiste? —le
dijo ella.
Se acercó y la besó. Entrelazó los
dedos de una mano por su nuca y separó sus cabezas, quedando las lenguas
rozándose al descubierto, ella pasó sus manos por debajo de la remera y empezó
a acariciarlo, le lamió y le mordisqueó los labios con violencia y precisión.
Él se quitó la remera y le sacó la musculosa. Sus pechos excitados quedaron a
la vista. Los recorrió con sus manos, los apretó y acarició mientras se
besaban, haciendo que la respiración de ambos se volviese pesada y profunda.
Descendió con su boca por el cuello hasta llegar a los pezones de color rosa,
los recorrió con la punta de la lengua y los lamió alternando entre uno y otro.
Ella dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, y le agarró la nuca
mientras se sostenía con la otra mano. Él se arrodilló en el piso al borde de
la cama y le quitó lo poco que le quedaba de ropa, le acomodó la planta de los
pies sobre sus hombros y su boca fue avanzando por la cara interior de los
muslos hasta llegar a su entrepierna. La recorrió con su aliento y empezó a
besarla superficialmente. Ella se arqueó, le agarró la cabeza y la masajeó con
la yema de los dedos, él empezó a lamerla. Constanza lanzaba jadeos
desordenados. Ricardo, con las manos debajo de sus rodillas, le alzó las
piernas y la dio vuelta, dejándola boca abajo. Empezó a besarle sus glúteos. Se
fue sumergiendo en un abismo de placer indescriptible. La mordisqueó, la
escupió y la penetró con su lengua. Ella acompañaba con movimientos ondulantes
y gemidos entrecortados. Salió de su posición. Golpeando su mano contra la
cama, lo invitó a acostarse.
—Ahora me toca a mí —le dijo.
Le quitó el short que llevaba puesto
y apareció su miembro en su estado más viril. Se agachó, se puso el pelo de
costado y se lo metió en su boca hasta donde pudo; con una mano acompañó los
movimientos y con la otra acarició sus genitales. Lo sacó de su boca y lo
recorrió por el costado con sus labios de un extremo al otro. Su boca descendió
hasta sus genitales, su mano seguía ascendiendo y descendiendo firme y con
ritmo. Los lamió con presión y los frotó contra sus labios. Los recorrió con la
lengua plana y áspera desde su base hasta la punta del pene, que sumergió
nuevamente en su boca. Lo sacó completamente erecto y humedecido, avanzó con
sus rodillas sobre él, lo acomodó entre sus piernas, cerró sus ojos y mientras
soltaba una exhalación fue descargando el peso de su cuerpo sobre él. Sus
movimientos de cadera eran lentos y profundos, sus ojos estaban cerrados y su
cabeza se balanceaba despacio de un lado a otro. Él le besó los pechos, ella le
tomó la mano derecha y se llevó dos dedos a su boca. Él le agarró la cola,
deslizó una mano entre sus muslos y la estimuló con cada movimiento,
penetrándola de a poco con su dedo mayor. Ella gimió y comenzó a montarlo con
más intensidad, su pelo dorado formaba un cortina entre sus cabezas, su
respiración entrecortada era cada vez más rápida, como si pudiera predecirse el
momento exacto en que iba a producirse "la pequeña muerte". Su
excitación lo hizo desbordar de placer y en un estallido de gozo que no pudo
contener, eyaculó. Ella pudo sentir la tibieza, apretó los ojos con fuerza y
exhaló un gemido como si hubiese dejado escapar a un demonio.
1ØØ
Ricardo se despertó con una erección
a medias, manchado de semen y con gran excitación. Le llevó unos instantes
distinguir si lo que había vivido había sido real o no. Se acordó de lo que le
había dicho Daniel acerca de que la realidad es ahí donde está su conciencia.
Había tenido sexo con Costanza y había sido increíble. ¿Sería así realmente en
la intimidad o sería una proyección de sus deseos?, se preguntó. Tendría que
averiguarlo.
Era su último día en México y tenía
planeada una excursión por la ciudad. A las nueve y veinte de la mañana, una
camioneta destartalada, con varias filas de asientos, lo pasó a buscar por la
puerta del hotel. Al subirse, el guía, de aspecto nativo, le preguntó su
nombre, lo saludo por el micrófono y le dijo que se sentara donde quisiera.
'Ahora sí, ya estamos todos', se escuchó por los parlantes con ruido a fritura.
Comenzaron el recorrido. El guía fue relatando la historia de cada edificio,
monumento e iglesia por la que pasaban, pero Ricardo estaba abstraído mirando
por la ventanilla. 'No tendría que haber venido', pensó, 'me aburro, ya quiero
estar en casa'. Intentó conectar con las palabras del relato, que en esos
momentos contaba acerca de las culturas precolombinas y la conquista española.
—Ahorita —les dijo el guía—, vamos a visitar un pueblito originario que casi no
tiene contacto con el mundo moderno. Les pido por favor que por respeto no
saquen fotos. Hacia el final de la visita nos van a ofrecer artesanías que
pueden comprar para colaborar con su comunidad.
Después de un recorrido por caminos
áridos y pedregosos, llegaron a un pueblo en donde fueron recibidos con
entusiasmo por varios niños descalzos y semidesnudos que los acompañaron a lo
largo de todo el recorrido. El guía les contó que eran completamente autónomos,
a excepción de algunas herramientas y semillas que compraban de vez en cuando
en la ciudad; que criaban sus propios animales, cultivaban la escasa verdura y
fruta que crecía en la región y se proveían de agua del rio y de las lluvias;
un grupo de ancianos tomaba las decisiones importantes y tenían un chamán que
se encargaba de la medicina tanto física como espiritual.
Ricardo escuchó un canto débil, un
susurro llevado por el viento. Como si se tratase del canto de una sirena, lo
fue siguiendo hasta llegar a una casita precaria construida de adobe y techo de
paja. En la puerta había una cortina de esterilla levantada. Adentro pudo
distinguir la figura de un hombre sentado que le resultó familiar.
—Sentate, hermanito, te estaba
esperando —le dijo el hombre con una sonrisa amplia y serena, mientras le
señalaba un almohadón frente a él.
Al acercarse pudo ver su cara, dio un
paso abrupto hacia atrás y se llevó rápido el dedo índice a la palma de la otra
mano para saber si estaba soñando, pero no pudo atravesarla.
—Daniel, ¿qué hacés acá, estamos en
un sueño? —le dijo todavía agitado.
Daniel se rio sonoramente, como si
supiera que eso iba a pasar.
—Vení, sentate. No, no estamos
soñando. Al menos no nuestro sueño.
—Pero ¿vos sos el mismo de mi sueño?,
¿cómo es posible?
—En ese momento era parte de tu
sueño. Ahora somos parte de un sueño más grande, de otra creación.
—Pero entonces, ¿vos no sos real?
—Soy tan real como vos, solo que ya
desperté en este mundo.
—¿Y
cómo hago yo para despertar?, siento que esto ya te lo pregunté.
—Para
eso estás acá, ¿o vos crees que estás en mi casa por una casualidad?
—No
sé —dijo Ricardo confundido—, yo vine en un tour.
—No,
no estás acá por casualidad, vos pediste despertar y yo te puedo ayudar. Pero
necesito que sepas que después de esto ya no vas a ser el mismo. Vas a pisar
este mundo de una manera distinta, vas a tener un brillo especial en los ojos y
los problemas no van a tener en vos de dónde aferrarse, porque vas a saber que
esto es un sueño, como cuando supiste que yo no era un reo y que ibas a
despertar en la seguridad y el confort de tu hogar.
—¿Y
por qué me hacés esta advertencia? ¿Qué podría tener eso de malo?
—A
muchas personas les molesta que ya no seas parte de sus dramas cotidianos. Las
vas a perder, y puede que con el tiempo te vuelvas a perder en el sueño.
—¿Y
qué puedo hacer para que eso no pase, lo de volver a dormirme?
—Simplemente,
mantené vivo el recuerdo de lo que estás por vivir ahora, si es que estás dispuesto
a continuar.
—Claro
que estoy dispuesto, ¿qué tengo que
hacer?
Daniel agarró una pipa de vidrio
de una mesita al lado suyo, en la que había una foto de un sapo con expresión
seria y profundidad en su mirada.
—Vení,
acercate —le dijo—, cuando yo te diga vas a inhalar todo lo que puedas y vas a
aguantarlo unos segundos. Después soltalo, acostate y cerrá los ojos.
Daniel acercó un encendedor
prendido debajo de la pipa y un humo gris se arremolinó por dentro.
—¡Ahora! —le dijo.
Ricardo lo inhaló y lo contuvo unos
segundos antes de exhalarlo y desvanecerse suavemente en el suelo. Sintió la
aceleración como si hubiese sido lanzado por una catapulta. Su consciencia fue
expulsada de su cuerpo a una velocidad vertiginosa. Destellos de luz, de
colores de neón, formaron un túnel que parecía no tener fin. Las imágenes se
sucedieron a tal velocidad que ya no podía procesarlas y se volvieron
ingobernables. Sintió que se avecinaba una muerte inminente. Decidió soltar el
control y lanzarse al vacío con sus brazos extendidos. El Big Bang estalló de
dentro de sí y se expandió hasta volverse infinito. Un sentimiento oceánico lo
inundó de paz.
—Soy la gota y el mar, soy eterno e
infinito, soy uno con El Todo, somos uno —vibró—. Gracias por revelarte ante mí
en el momento exacto, gracias por cada experiencia que me ha conducido hasta
este instante. Ahora todo cobra sentido. Mi búsqueda ha terminado.
1Ø1
Al otro día, en el aeropuerto, pasó
por el free shop, compró el tequila y unos chocolates para el resto de la
oficina. El lunes por la mañana le dio la botella a Constanza y conversaron
acerca de las vacaciones, él le mostró las fotos y ella lo puso al tanto de las
novedades. Cuando se estaba yendo de la oficina Constanza le dijo:
—¿Richie?
—¿Qué? —dijo él, despreocupado.
—El
otro día soñé con vos —le respondió Constanza.
Él quedó sorprendido, sin saber que
decir.
—¿Ah
sí?, ¿y qué soñaste? —le preguntó, no pudiendo creer su falta de creatividad en
los momentos claves.
—Nada...
nada, no te puedo contar acá. Después, cuando nos juntemos a tomar el tequila,
si me animo te cuento, ¿querés? —le dijo ella mientras el rubor le subía por la
cara.
—Dale,
me encanta el plan —le dijo él con una sonrisa y salió de la oficina.
"Let's
spend the night togheter —cantaba Ricardo en su casa—. Now i need you more than ever",
y se puso a bailar haciendo el pasito del pollo con las manos en la cintura,
sacando los labios y girando la cabeza a un lado y a otro. Pasó por el espejo,
se vio y no pudo evitar reírse: 'Qué payaso, solo a Jagger le queda bien esto',
se dijo y volvió a reír.
Esa noche se acostó pensando en
Constanza, tuvo una erección y se masturbó. Fue al baño, volvió a la cama y a
los pocos minutos ya estaba dormido.
Cuando despertó estaba en el sillón
de una habitación sin ventanas y olor a cigarrillos. Había una mesa con vasos
por la mitad, botellas de whisky y ceniceros llenos. Se abría la puerta y un
hombre fornido, pelado, con bigotes y barba le decía "Come on, come on. Is
too late", y le hacía señas con la mano, para que lo siguiera. A medida
que avanzaban se escuchaba cada vez más fuerte el riff de Start Me Up. Al
llegar al fondo del pasillo lo veía a Keith Richards tocando la guitarra con un
cigarrillo en la boca y un pañuelo atado en la cabeza. Keith le sonreía, le
hacía señas con la cabeza para que subiera. Ricardo se volvió lúcido y la
adrenalina lo disparó hacia el escenario. Se colgó del micrófono y empezó a
cantar: ''If you start me up…"
Onaikul
jueves, 11 de mayo de 2017
La alfombra mágica
1
Santiago se despertó en mitad de la noche, sudoroso y agitado. Le quedaban seis meses de vida, a lo sumo un año. Y aunque sabía que los médicos solían equivocarse, en el estado en el que el estaba, no podía ser por mucho. Daba vueltas en la cama y repasaba una y mil veces la lista de cosas para hacer antes de que la energía lo abandonase. Las ordenaba por prioridad y se lamentaba profundamente por cada minuto desperdiciado; pero no por los de ocio o actividades sin sentido, sino por aquellas que detestaba y había hecho pensando en un futuro que nunca llegaría para el. El solo hecho de pensar que la muerte vendría de forma precipitada, agónica y dolorosa lo llenaba de terror, pero un pensamiento acudió en su auxilio y recordó que su terapeuta le había comentado acerca de un psicólogo chamán que usaba plantas sagradas en pacientes terminales para 'ayudarlos a transitar mejor la experiencia'.
Era sábado por la noche, el living de su casa tenuemente iluminado por el reflejo oscilante de unas velas, olía a sándalo y vainilla de un sahumerio que Paula, su mejor amiga, apagó después de unos segundos. De fondo, se escuchaba una dulce melodía salida del sitar de Ravi Shankar. Paula llenó la pipa con agua y la cargó con unas hojitas secas. Con un chasquido prendió un encendedor catalítico. «El salvinorin gasifica por encima de los 500 ºC -les había explicado el chamán-, de otro modo se quemaría sin aprovecharlo». Le acercó la pipa a la boca e hizo arder la salvia.
Santiago aspiró y el humo pasó por el agua hasta perderse en su boca. Contuvo veinte segundos y exhaló un vapor blanco que se disipó como una bocanada de aire en un día invernal. Paula prendió de nuevo el encendedor, la punta azul de la llama reavivó la salvia. Santiago inhaló. Esta vez el humo lo hizo toser y le salió por la nariz. «Dale, una más -le dijo Paula y le acercó la pipa-, aguantala, maricón». Santiago aspiró profundo hasta hacer crepitar las brasas, cerró lentamente los ojos y su cuerpo se desplomó sobre unos almohadones en la alfombra. A los pocos segundos, algo perturbado y todavía sorprendido, podía ver desde el techo de la habitación cómo Paula abrigaba su cuerpo con una manta.
La mañana del domingo se presentó fría y de matiz otoñal. Santiago preparaba el desayuno mientras escuchaba algo de música en la radio. Las palabras de su terapeuta le vinieron a la cabeza, empezaba a entender lo de transitar mejor la experiencia. La noche anterior había viajado a través del tiempo en una alfombra mágica por lugares asombrosos. Alguien lo guiaba y le iba mostrando, desde una perspectiva superior, aquello que necesitaba ver para resolver sus conflictos internos. «Una instancia de él mismo en un nivel más elevado», le explicó más tarde su psicólogo. No obstante se preguntaba si no había sido todo producto de su imaginación. Podía ser, pero ¿cómo había podido verse a sí mismo y a Paula desde el techo de la habitación? Quizás había sido un recuerdo de alguna película proyectado en su mente, sin embargo había sido todo muy real y la sola idea de creer que había experimentado la existencia de la conciencia mas allá de los límites de su cuerpo físico lo llenaba de esperanza.
La radio se empezó a escuchar con interferencias y Santiago recordó su paso por la escuela técnica, cuando le explicaban cómo los campos electromagnéticos producidos por los motores eléctricos y otros fenómenos meteorológicos afectaban las señales de radio. Quedó con la mirada perdida unos instantes y una idea lo atravesó y lo dejó con la piel de gallina. Fue a buscar la caja de herramientas y un organizador de componentes electrónicos y después de un rato de trabajo tenía una versión modificada de la radio, de la que ahora salía una luz de led por la parte superior. La encendió pero ahora no emitía sonido, la acercó al motor de la heladera pero no pasó nada. Hizo unos ajustes, y al acercarla de nuevo, esta vez el led se encendió. Una oleada de felicidad lo inundó y le dibujó una sonrisa como de quien descubre un gran secreto. Esperó unos minutos a que se apagara el motor de la heladera, e instantaneamente se apagó también el led de la radio, era la confirmación que necesitaba.
Santiago agarró el celular y le escribió a Paula. Le pidió si podía venir a su casa para repetir la experiencia con la salvia y probar algo. Paula lo acusó de drogón y le contó que estaba deprimida, que al otro día tenía que ir a la oficina y no quería trabajar más; que estaba podrida de hacer siempre lo mismo. Santiago intentó animarla y le dijo que todos los domingos se sentía igual, que después arrancaba la semana y se le pasaba. Y le insistió para que fuese, que lo de él iban a ser unos minutos y después podían cenar mientras pensaban en algo para no trabajar más, que por lo pronto lo único que se le ocurría era empezar a jugar a la lotería y la necesitaba para elegir los números. Paula se imaginó millonaria viajando por el mundo y eso le cambió un poco el estado de ánimo, lo suficiente para aceptar la invitación.
2
El setting del living era el mismo que la vez anterior: velas, unas trazas de sahumerio y el sitar de Ravi Shankar. Santiago prendió la radio con el led, la dejó sobre la mesa y se sentó sobre la alfombra. Paula le acercó la pipa y, después de 3 pitadas profundas, cerró los ojos y se recostó. Santiago le había pedido que vigilara si se prendía el led, que iba a intentar encenderlo causando una interferencia. Paula se puso a leer. Como la habitación estaba en penumbras, si algo se iluminaba (cosa que no iba a pasar), ella igual lo iba a ver.
Estaba leyendo La zona muerta de Stephen King, en donde Johnny Smith había despertado de un coma después de 5 años con el don de la clarividencia. Había tocado el brazo de una enfermera y tenido una visión en la que se le incendiaba la casa. Mientras Paula leía, hubo un destello en la habitación, miró el led pero estaba apagado, las llamas de las velas ondulaban con intensidad, cerró la puerta de la cocina y siguió leyendo. En el libro la enfermera había llamado a su vecino para que se fije si su casa estaba en orden, el vecino se asomó y le dijo que unas llamas salían por la ventana de la cocina. Paula vio un resplandor por el rabillo del ojo, alzó la vista, y el led parpadeaba tenue e intermitente en medio de la penumbra.
Santiago flotaba en la alfombra mágica. Paula bajaba de un BMW, usaba lentes de sol, unos jeans rotos, y cargaba un bolso de cuero negro. Caminó por un sendero pedregoso, arbolado a un lado y tapizado de un verde pulcramente cuidado al otro. Se detuvo y se sentó en el pasto, «pensé en traerte flores, pero se que no te gusta». Buscó algo en el bolso y sacó una foto de ellos dos sonriendo en plaza Francia, «mirá, ¿te acordás?», y la acomodó entre el mármol y la placa de bronce en que se leía: ‘Santiago Gomez Argüello - 1976 - 2014‘. El led se apagó.
3
Para la llegada de la primavera, Santiago estaba internado en terapia intensiva. Su extrema delgadez y la piel traslúcida le acentuaban las venas azules de la cabeza y de las manos. Su respiración era pesada y sonora; y su mirada, etérea. Paula dio media vuelta para agarrar un juguito de la bandeja del almuerzo y con los ojos cerrados respiró hondo disimuladamente, «Tenés que ser fuerte» se dijo. Le acercó la bombilla a la boca, Santiago tomó un sorbo y se aclaró la garganta:
-¿Y, amiguita, cómo andás? -le preguntó casi en susurros.
-Mejor que vos seguro -le dijo ella sonriendo-, aunque mañana es lunes y me quiero matar, ¿te dije que no quiero trabajar más? -y los dos se rieron tratando de evitar el momento.
-¿Pero jugaste a la lotería, tonta?.
-No, si al final nunca elegimos los números, pero lo voy a hacer te lo prometo, ¿que números te gustan?
-Mmm, no sé, dejámelo pensar, después te digo, ¿si?
-Dale, pero no te olvides, sino voy a tener que trabajar toda la vida. ¿Y ese aparato? - le preguntó Paula refiriéndose a una tabla de madera que tenía atornillada muchas cajitas con números y letras.
-Es una ouija electrónica. ¿Te acordás de la radio con el led?
-Si claro, como olvidarme, casi me infarto, aunque después me quedó la duda si no fue una joda tuya. Fue una joda ¿no?
-No, para nada -le dijo él sonriendo. Pero Paula nunca sabía cuando hablaba en serio. -Bueno, ese aparato es lo mismo. Tiene un circuito como la radio por cada letra y número, pero más sensible. Y el display que tiene adelante los muestra en orden cuando apretás el botón.
-Paula no pudo aguantar las risas -¿y pensás fumar salvia acá?.
-No, algo mucho mejor -le dijo él entrecerrando los ojos con aire misterioso-, digamos que es para mi último viaje, ¿entendés?
-Si claro, como no. Para tu última broma querrás decir. Tratá de embaucar a una enfermera esta vez ¿si? - y los dos se volvieron a reir.
4
En la habitación del hospital, la cama de Santiago estaba vacía. Apenas unos pocos días atrás lo había visto tan bien que tuvo la esperanza de que se iba a recuperar. «Es el canto del cisne -le dijo una enfermera-, lo llaman así por el canto que hacen los cisnes justo antes de morir. Es ese momento en que la enfermedad se retira y deja que la persona pueda despedirse de sus seres queridos». Santiago no paró de hablar, de hacer chistes y de reírse, era su forma de decir adiós, la manera en que quería ser recordado, pensó.
Paula se puso a juntar sus cosas en una caja. No eran muchas, pero alguien tenía que pasar a buscarlas, Santiago era hijo único y sus padres ya habían fallecido. En una mesita había un portaretratos con la foto de ellos dos sonriendo en plaza Francia. La sostuvo contra su pecho y le dio un beso antes de guardarla en la caja. La angustia la embargó hasta las lágrimas. Agarró algo de ropa, levantó una campera, y debajo estaba la ouija. Estaba apagada, tenía un botón rojo al lado del display con una leyenda escrita en marcador que decía ‘Push the button’. Paula pulsó el botón, el display se encendió y una serie de caracteres ilegibles fue alternando por varios segundos hasta detenerse uno a uno en una secuencia de números y letras. l048172t632o. Esto le devolvió una sonrisa melancólica, Santiago y sus inventos, pensó y guardó la ouija en la caja.
Ordenando la ropa de Santiago en su casa para darla a donación empezó a evaluar la posibilidad de que se estuviese perdiendo el último mensaje de su amigo. Tantas horas de libros de misterio, crucigramas y sudokus de algo le tenían que servir. Se preparó un té, agarró lápiz y papel y se puso a descifrar la secuencia. Le asignó letras a los números pero no tenían sentido. Pensó que podía ser un número de teléfono: 048 era la característica de Polonia, pero faltaban números. Googleó la secuencia entera y no apareció nada. Quizo probar con coordenadas geográficas, abrió Google Maps, suspiró y pensó lo bien que le vendrían unas vacaciones en la playa. En ese momento, un frío le recorrió la espalda erizándole hasta el último vello de su cuerpo. «Hijo de puta, no puede ser». Garabateó algo en el papel y se puso a reir, «no puede ser» se repetía mientras se tapaba la boca con una mano y miraba el papel «no puede ser».
Ni bien logró serenarse salió a la calle apurada, entró en un negocio y le dio al señor que atendía un papelito en donde se leía: “0, 4, 8, 17, 26, 32. Loto” .
5
Después de acomodar la foto del portarretratos en la lápida de Santiago, Paula recordó esa tarde en plaza Francia. Estaban tirados en el pasto escuchando a un hombre de boina y bigotes que hacía covers de los beatles. Santiago le había contado que quería dejar todo y viajar, dedicarse a conocer el mundo, pero no de turista, quería quedarse en cada lugar el tiempo necesario para conocerlo, sin apuro, sin fechas, fundirse en el tiempo; trabajar y juntar plata para el próximo destino. En eso un chico se acercó y les ofreció un librito de poemas escrito por él, se lo compraron y le pidieron que les sacase una foto. «Sonrían -les dijo-, como si no hubiese un mañana».
Paula caminó hasta el auto y dejó el bolso en el asiento de atrás. Encendió el motor y marcó el aeropuerto en el GPS. Prendió la radio y después de una breve interferencia, el dial se ajustó: sonaba el sitar de Ravi Shankar.
Onaikul
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